Tomás llevaba dos navidades esperando a Papá Noel. Hacía todo lo que se suponía debía hacer, pero Santa Claus no paraba en su casa.

Engalanaba su hogar con todo tipo de decoraciones navideñas, limpiaba la chimenea de su casa con esmero, horneaba deliciosas galletas de jengibre para dejarlas junto al Árbol acompañadas de un vaso de leche… Pero, a pesar de todo eso, las dos últimas mañanas de Navidad, encontraba vació el calcetín que colgaba cada Nochebuena de la repisa de la chimenea.
¿Se habría portado tan mal? Cierto, a veces hacía alguna travesura pero, era lo normal en un cerdito de su edad. ¿Sería que Papá Noel no sabía que se había mudado de casa? Podría ser pero, siempre que escribía su carta al Polo Norte, se preocupaba de escribir claramente su dirección en el remite.

La Navidad estaba a punto de llegar y Tomás estaba decidido. Este año, no iba a ocurrirle lo mismo. Podía prepararlo todo, igual que los años anteriores y sentarse a esperar; o intentar averiguar qué estaba ocurriendo. Así que, se abrigó con su bufanda y su gorro, cogió su maleta y emprendió su viaje a través del Bosque Blanco hacia el Polo Norte, en busca de Papá Noel. Seguro que Santa Claus tenía un buen motivo para no haber pasado por su casa. En cualquier caso, se lo preguntaría en persona.

Durante todo el día bajó cuestas ayudado de su trineo y subió otras tantas. La noche gélida cayó sobre las montañas. Todavía quedaba un largo camino hasta Rovaniemi (donde se encontraba el poblado de Santa Claus) y el frío era insoportable. Debía buscar un lugar donde guarecerse y pasar la noche. Miró al cielo. La pequeña nube que le había acompañado en el camino se había adelantado. Bajo la vista y justo debajo de ella, Tomás divisó a lo lejos, acurrucada en un valle, una pequeña cabaña. ¡Era justo lo que necesitaba!

Al llegar, le sorprendió encontrar frente a la casita un enorme trineo que parecía haber sufrido un accidente. El trineo estaba destrozado y a su alrededor, por el suelo, se esparcían un montón de regalos. Atados a las riendas del trineo, había enredados unos renos y un elfo tiritando de frío. ¡No podía ser! Todavía no había llegado al poblado de Santa Claus.

Llamó con urgencia a la puerta. Nadie respondió. La puerta estaba abierta. Entró y allí lo descubrió. ¡Era Santa Claus en persona! (o lo que quedaba de él). Estaba muy descuidado, desaliñado, sucio. “¿Papá Noel?”, preguntó Tomás. El anciano respondió con un ronquido. El cerdito buscó la cocina y preparó un tazón de leche caliente con miel. Despertó a Santa Claus y se lo ofreció. “Papá Noel, ¿qué le ha pasado? ¿está bien?”, preguntó Tomás. “¿Papá Noel? ¿Quién es ése?”, murmuró el hombre del traje rojo que había olvidado quien era (aunque, si es verdad que aquel nombre que pronunció el cerdito, hizo cosquillas a la memoria del anciano) Era mucho peor de lo que Tomás podía haber imaginado ¡Santa Claus no sabía quien era! Esa era la razón por la que llevaba dos navidades sin recibir regalos. Y lo peor era que no sólo no los había recibido él, si no nadie en todo el mundo.

Tomás ayudó a Papá Noel a acostarse, cobijó a los renos en la cabaña y se fue a dormir. La próxima noche era Nochebuena y tenía un plan. Ningún niño se quedaría sin regalos esa Navidad.
A la mañana siguiente se levantó temprano. Había mucho que hacer: reparó el trineo, buscó y metió en el saco todos los regalos esparcidos por el suelo y el bosque, hizo la colada para que el traje rojo del hombre de la Navidad luciese en su máximo esplendor, cocinó todo tipo de postres y dulces navideños para la cena, ayudó a Papá Noel a asearse y acicalarse… Fue un día de no parar. Papá Noel ya se parecía algo más a sí mismo (incluso se le escapó un ¡ho, ho, ho! al enfundarse en su traje), pero seguía sin recordar y los renos tampoco parecía que lo hiciesen.


Cuando se puso el sol, Tomás estaba agotado. Preparó la mesa y se sentaron todos a degustar los dulces que el cerdito había preparado. ¡Estaban exquisitos! Tomás, mellado por el cansancio, tuvo miedo, ¿sería capaz de hacerlo todo solo? Entonces, Papá Noel, alzó su jarra y exclamó “¡Ho, ho, ho! ¡Feliz Navidad!”

Ya nadie creía en la Navidad: por eso el trineo de Papá Noel que se alimenta de la ilusión del mundo en Navidad, dejó de volar y cayó en picado, por eso Papá Noel no recordaba quien era. La fe de aquel pequeño cerdito le devolvió la memoria a Santa Claus y también a los renos. “Vamos Tomás, es Nochebuena. Hay mucho por hacer. Debemos repartir alegría al mundo. ¡Ho, ho, ho!”, sentenció Santa Claus. Tomás pasó toda la Nochebuena a bordo del trineo junto a Papá Noel, repartiendo regalos, ejerciendo como el mejor elfo ayudante (el elfo ayudante titular se quedó muy resfriado en la cama) y, sobre todo, alimentando con su ilusión la potencia del trineo para que pudiese volar.

La madrugada de Navidad, Tomás, se acurrucó en su cama muy muy cansado, pero feliz por haber hecho realidad los deseos de tantos. Había conocido a Santa Claus en persona y ganado un amigo para siempre. La mañana de Navidad, no esperaba encontrar ningún regalo bajo el árbol, pues no había mejor regalo que lo que había vivido. Pero allí estaba, dando vueltas alrededor del Árbol, el tren que llevaba pidiendo los dos últimos años. Y Tomás fue tan feliz, como lo son los niños la mañana de Navidad cuando abren sus regalos.

Así que, cerrad los ojos bien fuerte y recordad que un día fuisteis niños que creyeron en la Navidad, en Papá Noel, en los Reyes Magos. Eso es lo único que ellos necesitan para estar más vivos que nunca y regalarnos un pedacito de felicidad. Merece la pena intentarlo y no hay mejor momento que la Navidad para hacerlo.
¡FELIZ NAVIDAD!
Nota: Las ilustraciones del post pertenecen al libro «Le Noël de Boulie» de la autora Mathilde Stein y todas ellas, como podréis ver son de Chuck Groenink. No sé si el cuento original tiene que ver con este que he escrito o no. Al ver las ilustraciones enseguida me imaginé la historia y quería compartirla con vosotros. Espero que os guste.
Acabo de leer este cuento con un villancico de fondo, ¡así qué imagínate qué bonito ha sido!
Besos rojos por doquier y que tengáis Claude y caperu una fantástica, ROJA y FELIZ NAVIDAD!
pd: he intentado responder vuestra felicitación, pero me la ha devuelto, GRACIAS, me ha encantado!! ❤ ❤
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Gracias, Inma!! A mí también me gusta ponerme villancicos en estas fechas. FELIZ NAVIDAD!! Y sí, el rojo es un color que me encanta para estas fiestas (especialmente). No sé que debe de ocurrir con el mail…
Besazo!
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Muy bonito me gusto ya soy mayor de edad pero lo lei me entretuvo mucho.
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