Su nombre era Cédric. Era un muchacho francés de esos que triunfan siendo demasiado jóvenes y después se cansan del éxito. Probablemente, trabajaba como director de arte en una agencia de publicidad reconocida. Más que del éxito en si mismo, se hastió, de todo lo que éste conllevaba. Por lo mucho que parecía cuando iba tras él y de lo vacío que en realidad estaba. En medio de la vorágine tecnológica, de la inmediatez, del ruido frenético, del estrés y del ir y del venir, del timeline con vencimiento “ayer”, su tiempo se detuvo, todo se movía y él se quedó allí, quieto. Seguir leyendo «Le Typographe»