Érase una vez una niña con un nombre muy común a la que le daban miedo demasiadas cosas, pero no las tormentas. Antes de empezar con el cuento, por favor, haced click en «play» porque la vida de esta pequeña se comprende mucho mejor con música, pero esto es otra historia que puede ser os relate más adelante. Por ahora, seguiremos con lo que os estaba contando. Dadle al «play» y continuamos…
Un atracón de dulces de su mamá le hizo creer que la vida tenía demasiadas cosas buenas como para esperar a salir. Decidió dejar la tranquilidad y abrigo de la barriga de su madre y aventurarse al mundo una calurosa noche de verano en la que el cielo estaba repleto de estrellas. Por cierto, las estrellas se veían tan bien porque todo esto sucedió en un pueblo. La niña era, y sigue siendo, una chica de pueblo, pero adora la ciudad, con su ritmo frenético, sus miles de cosas que ver y que hacer, los millones de personas, cada una de ellas con una historia para imaginar… Pero lo que más le gusta son las cosas bonitas, que le emocionan más que nada en el mundo, hasta tal punto que pueden hacerla llorar de felicidad, y también de tristeza (esto segundo en el caso de que las pierda, porque es bastante despistada).
Despistada? Sí, por eso mismo he perdido el hilo de la historia… Sigamos: Los pasteles habían mentido a la niña y, la vida, no era en realidad tan dulce como ella esperaba. Su vida, era tan común como su nombre y, también, bastante aburrida. Despertar cada día a la misma hora, ducharse, vestirse, ir al colegio, comer, volver a casa, cenar, dormir y al día siguiente y al otro y al otro de nuevo lo mismo con alguna pequeña variación como, por ejemplo, algo tan emocionante como ir al supermercado. Había que ponerle remedio, así que comenzó a imaginar y su imaginación creció y creció y su niñez pasó de ser común a extraordinaria. La imaginación es una herramienta muy poderosa capaz de crear más allá de sus propios límites.
Poco a poco la niña fue creciendo y los sueños que había imaginado se fueron quedando por el camino. No por no haberlos perseguido, si no, simplemente porque eran sólo eso, sueños imaginados. «Son tiempos difíciles para los soñadores.” A pesar todo eso, a veces, le gusta perderse en aquellos sueños que un día tuvo e imaginar otros nuevos todavía alcanzables.
En eso estaba aquella nublada mañana de domingo. Sentada a la mesa de su escritorio, junto a la ventana, preguntándose por qué el dueño y el perro que corrían escapando de la lluvia se parecían tanto, hasta se parecían en la forma de correr. El cielo estaba tan oscuro que parecía de noche. Llovía y mucho. Era una tormenta como jamás la había visto. Pensó en cerrar la ventana, pero decidió dejarla abierta porque le encantaba el sonido del agua al chocar contra el suelo, el frescor que desprendía y el olor a lluvia que entraba por la ventana. No había nada mejor que observar una terrible tormenta al abrigo de un techo. Era una de las sensaciones más agradables que conocía. De repente, sintió una fuerte ráfaga de viento en la espalda. La siguió con la mirada.
Y entonces, la vi: una pequeña nube gris se había colado en mi habitación.
Nota: Como muchos sabréis la música, la fotografía y la frase «Son tiempos difíciles para los soñadores» pertenecen a la película «Le fabulleux destin d’Amelie Poulain» de Jean Pierre Jeunet.