Savoir Vivre

François es un pequeño gorrión pardo que vive en uno de los lugares más exclusivos del mundo. Es lo que tiene ser libre, que puedes escoger, y él, escogió muy bien. Se las ingenió para construir y camuflar su acogedor nido hecho de ramitas en lo alto del monumento más emblemático de la Ciudad de la Luz. Su casa, se encuentra entre una de las grandes tuercas que sujetan el gigantesco foco que sirve de faro a la ciudad de París y una esquina de la misma Torre Eiffel. Allí arriba, tiene su hogar este privilegiado amigo de Claude.

Si recordáis del primer capítulo, Claude tiene raíces francesas, por eso, al menos, una vez al año, le gusta escaparse a la capital de Francia, visitar a su amigo y, de paso, practicar lo que los franceses llaman el “savoir-vivre”*.

Un día de “savoir-vivre” para Claude y François comienza viendo despertar al sol desde lo alto de la Torre Eiffel. Una vez ha amanecido se preparan para sobrevolar la ciudad. Antes de nada, van en busca de las mejores panaderías y pastelerías, donde Claude disfruta de uno de sus placeres favoritos: el olor a croissant de mantequilla recién hecho. François, no sólo se contenta con el olor, suele escabullirse y bajar a tierra para degustar alguna de las miguitas que quedan en los platos de los clientes o caen de las bolsas. Éstas últimas son sus favoritas porque intenta cazarlas al vuelo y, de esta manera, el sabor del croissant queda intacto.

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Ilustración: Amelie Biggs

Con la panza llena, se disponen a culturizarse curioseando las obras impresionistas a través de las ventanas del Museo d’Orsay, que un día fue una estación de tren y, después, siguen la visita cultural, cruzando el río Sena, para otear la Gioconda, siempre rodeada de turistas, desde las Pirámides de Cristal del Louvre. En la fuente del Jardín de las Tullerías toman un refrigerio y paran a descansar un poco sobre el Obelisco de la Plaza de la Concordia. Cruzan hacia arriba los Campos Elíseos haciendo una parada en Ladurée para que François almuerce alguna miguilla de macaron de lujo al tiempo que ven a lo lejos el Arco de Triunfo. Continúan hasta llegar a la Rue Saint Honore para colarse en una de las tiendas, o como suelen llamarlo los entendidos, concept store, favoritas de Claude, Colette.  La tienda, en si misma, es uno de los pasatiempos predilectos de Claude y, como allí las cosas son tan originales y tan exclusivas, una nube y un gorrión se confunden con parte del decorado o de los productos a la venta (alguna vez Claude se ha tenido que esconder porque la querían comprar). Aprovechan cuando sale algún cliente y se deslizan fuera y, muy cerca de allí, pasan por delante de la que fue la primera tienda de Chanel en la Rue Cambon. Se quedan allí parados frente al primer piso imaginando a Mademoiselle Coco cosiendo su primera chaqueta de tweed y probando donde quedaría mejor la Camelia para adornarla, o piensan como sería el momento en el que decidió que el primer perfume de la casa iba a ser el de la muestra número 5 descartando las otras muestras candidatas y es que, a Claude y a François, como buenos franceses que son, les pierde la moda.

Deben proseguir con su día de disfrute y se marchan a Notre Dame a saludar a Quasimodo y a las gárgolas para después dar un paseo por el barrio de moda, Le Marais, que no es tan exclusivo como Vendôme y alrededores, pero que a François y a Claude les gusta muchísimo más. Se pierden entre los tejados de Paris, se asoman por las ventanas intentando descubrir quien habita detrás de cada uno de esos cuadritos de luz, imaginan a un bohemio pintor, a un diseñador de interiores, a otro de moda, todos y cada uno de ellos practicando su arte con ese “savoir-faire” característico de los franceses. François, que es un seductor, silba desde arriba a las francesas con más «charme», tan cuidadosamente descuidadas, pero ellas no se dan cuenta porque piensan que sólo es un pajarillo piando. Y al silbar Françoise llama la atención de un gato subido a un tejado, y éste, le pega un buen susto al gorrión. Será mejor salir de allí!

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Ilustración: Amelie Biggs.

Cuando el sol comienza a ponerse, vuelan hasta Montmartre, el barrio de Amélie Poulain, que les espera con la cena en el Cafe de deux Molins en la empinada Rue Lepic. Tras agradecerle el ágape, continúan, dejando atrás aquel mítico cabaret llamado Le Moulin de la Galette, pasando por la Place du Tertre donde muchos pintores sueñan con llegar a ser como aquellos que vivieron allí un día (Toulouse Lautrec, Modigliani, Matisse…), y llegando hasta el Sacre Coeur para ver atardecer París desde una de las mejores perspectivas. Cuando anochece, les gusta pasarse por las puertas del cinematográfico Bistrot Le Grand Colbert  y, siguiendo el rastro de la luz del faro de París, y acompañados del sonido de los acordes de acordeón de los músicos de las brasseries entonando “La vie en rose” François regresa a casa y Claude (siempre que no haya tormenta) se instala en la parcela de cielo a la que apunta la aguja de la torre vigía de París, esa ciudad maravillosa que tiene reservado un trocito en su corazoncito de nube.

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Ilustración: Amelie Biggs.

En este post, no podía faltar la música. Os dejo con mi versión favorita de «La Vie en Rose» interpretada por Satchmo, Louis Armstrong. (y no Louise como pone abajo, error!)

 

*“Savoir-vivre” significa mucho más que su propia traducción literal “saber vivir”, va más allá. “Savoir-vivre” no sólo es, saber disfrutar de la vida, es saber desenvolverse y saber estar con elegancia, educación y buenos modales en cualquier contexto, ambiente o lugar y si a eso añadimos que tiene que ver con la decencia y la moralidad, descubrimos que, en sólo dos palabras define una filosofía de vida que me parece una muy buena opción a tener en cuenta. VIVIR y disfrutar de la vida en cualquier situación pero siempre con respeto, hacia uno mismo y hacia los demás. La última parte es, quizá, la más compleja, porque la moral y la decencia es subjetiva y para cada individuo es diferente. Me he puesto a filosofar y me he alargado un poco, pero quería explicar bien el significado. Es curioso como, cada cultura, tiene algunas expresiones o palabras que no pueden ser traducidas exactamente a otras lenguas y son precisamente esas expresiones las que desvelan algunos de los rasgos más destacables de esas gentes o del lugar de donde provienen.

Nota: Siento publicar algo más tarde, no quería escribir sobre este tema, pero llevo toda la semana pensando en la situación de París y del mundo en estos últimos días. Este es mi pequeño homenaje a la ciudad de París (que debo confesar que es una de mis preferidas). Hablo de París, pero cada lugar y sus gentes tienen su encanto y, sobre todo, el derecho a seguir conservándolo. Ójala todos los hombres que habitan sobre la tierra entendiesen y compartiesen la filosofía del “savoir-vivre”. Si así fuese, no tendríamos que lamentar ni temer por más noches como la del 13N en París, ni por cualquiera de los últimos meses en Siria.

Cenefa Claude

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