El verano se escapa y las vacaciones ya son tan sólo un recuerdo (que vive justo en el portal de al lado, pero sí, ya son pasado). Lino, mi gorrito panamá playero de rafia, que ya se lo veía venir, tomó a tiempo la inteligente decisión de fugarse y quedarse en Menorca a vivir unas vacaciones perpetuas.

Siempre fue un gorro inquieto y curioso. Odiaba quedarse hibernando en el cajón de la cómoda. Detestaba el olor pegajoso de la naftalina. Lino era un hedonista. Lo que a él le gustaba era salir a parrandear, el olor a sal, la brisa del mar y coleccionar puestas de sol.   Tras varias tentativas en las que lo cacé al vuelo, aquella tarde de agosto en el camino de Cala Macarella a Cala Macarelleta, vio clara su oportunidad. Se confabuló con una ráfaga de Tramuntana y se fue, volando con sus pequeñas alas de borsalino (made in China).

Sé que a Lino le daba pena dejarme, porque mientras estuve en la isla se pasaba por el hotel a visitarme. Lo intuía, a lo lejos, cuando tomaba el fresco en el Patio Lemon de la habitación del hotel. Me observaba desde la distancia, encaramado a la cornisa, para que no pudiera atraparlo. Mi último día en la isla, agité mi mano para decirle “adiós” y el dobló un poco su ala a modo de despedida.

A esta cabecita loca mía a la que le quedan grandes los sombreros de adulto y le tallan pequeños los de niño, no le duran los gorros demasiado tiempo. Será por el tamaño de mi cabeza. O será porque mis sombreros acaban más mareados que en un tiovivo de tantas vueltas que le doy a la cabeza. Menos mal que, de vez en cuando, se divierten con mis ideas de bombero. Y es que los gorros son muy útiles para evitar que las ideas se den a la fuga. Los que yo me pongo soportan más fuerza que la tapa de una olla a presión. Que de una chistera mía no saldría un conejo, saldrían unicornios, dramas, personajes de cuentos varios… ¡eso sería peor que el bolso de Mary Poppins!

Tendré que resignarme. Nunca podré ser un personaje icónico de sombrero ¡Con la distinción y la personalidad que aportan! Pensad en la cantidad de personajes a los que podríais reconocer por sus sombreros. Hay un montón: Coco Chanel, Lisa Doolittle, Sherlock Holmes, Chaplin, Jackie Kennedy, Sinatra… Si algún día me cruzo con el Conejo Blanco, lo seguiré hasta el País de las Maravillas y allí, después de tomarme un té celebrando un “no cumpleaños” le pediré al Sombrerero Loco que me haga un precioso sombrero a medida. Ah! y que no se me olvide preguntarle si me dejaría probar el Sombrero Seleccionador (seguro que los profesores de la escuela de magia más famosa de todos los tiempos precisaron del buen hacer del sombrerero). Siempre quise saber a que casa de Hogwarts se me hubiese asignado si fuese maga. Mmmm… pensándolo bien, puede que Claude conozca al sombrerero… Si regresa (que espero que sí) le preguntaré.

Volviendo a Lino, cuando vuelva algún día a Menorca (porque volveré), buscaré a mi amigo  y sombrero, o puede que salga él a mi encuentro. Pasaremos, otro verano más, las vacaciones juntos. Redescubriremos la isla de manos de un residente: sus calas de blanquísima arena fina y aguas cristalinas, su cómplice la Tramuntana, toda una colección de atardeceres: desde Punta Nati, desde el Monte Toro, desde el chiringuito Isabella’s… Lo único que me preocupa es que no me acaba de quedar claro donde vivirá y, sobre todo, donde se resguardará de la lluvia y el frío. Espero que haya encontrado un buen hogar. Cuando Claude venga, le pediré que, cuando pase por allí, lo busque, le dé recuerdos míos y me cuente que tal le va. «¡Hasta pronto, Lino! Nos vemos en otro verano».

Nota: Ya sé que todo el mundo está muy contento de que llegue Septiembre. A mí, llamadme rara, no me hace tanta gracia… De ahí el tema de Greenday que he escogido. La parte buena es que Claude no tardará mucho en aparecer por aquí!