Había una vez un niño que, una mañana cualquiera, al abrir la puerta de su casa, encontró un pingüino.

Cerró la puerta. ¡Toc, toc, toc! Volvió a llamar y, por suerte, el niño volvió a abrir la puerta, no sólo al pingüino, también a una historia de esas que merecen la pena ser contadas. Las primeras impresiones son engañosas y es de sabios darse un tiempo antes de considerarlas como ciertas.

El pingüino no dejaba de seguir al niño a todas partes. Era bastante pesado. ¿Cómo podría

librarse de él?Preguntó en la casa de objetos perdidos si alguien había reclamado un pingüino. Nadie había preguntado por él. Intentó abandonarlo en una tienda de mascotas. Sintió que eso no era lo correcto. Uno tiene que hacer lo que tiene que hacer y, como niño responsable que era, supo que su obligación era devolver al pingüino perdido a su casa.
¿De dónde de vienen los pingüinos? Esa respuesta, como tantas otras, a buen seguro se encontraría en la Biblioteca. Después de mucho investigar el niño averiguó que los pingüinos viven en el Polo Sur y que, una vez por semana, zarpaba un barco del puerto con ese destino.

El barco era gigantesco, gritó y gritó pidiendo que los dejasen embarcar. Pero el chico era tan pequeño y el barco tan grande que su voz no se escuchó. A veces, las cosas importantes, es mejor hacerlas uno mismo. Reparó el robusto bote de madera que tenía en su almacén, preparó su maleta, estudió la ruta… fue una noche muy larga. A la mañana siguiente emprenderían su largo viaje al Polo Sur.

Tras miles de millas marinas y algunas vicisitudes no exentas de peligros…

(a veces las nubes se enfadan y desatan tempestades)

… llegaron, al fin, a su destino: El Polo Sur.
Había llegado el momento de la despedida. Es difícil decir adiós a alguien que ha pasado a formar parte de tu vida. Pero uno tiene que hacer lo que tiene que hacer y, aunque estaba apenado y el pingüino parecía más triste que nunca subió al bote y remó de vuelta a casa.

Apenas había navegado una milla de vuelta cuando comprendió: Pingüino no estaba triste porque estaba perdido, Pingüino estaba triste porque se sentía solo. Viró el bote de vuelta al Polo Sur y buscó a Pingüino entre un millón, pero no lo encontró.

Abatido e inmensamente triste embarcó de nuevo, había perdido a su amigo. Levantó la vista y, a lo lejos, divisó a Pingüino, que había ido tras él cuando se marchó. Así, los dos amigos, volvieron juntos a su hogar. Uno tiene que hacer lo que tiene que hacer, pero es bien cierto que, cuando el corazón te habla, debes aprender a escucharlo.

Desde entonces, se convirtieron en inseparables, iban juntos a todos lados.


Lo pasaban en grande jugando a mil y una cosas y aprendiendo otras. No había espacio para el aburrimiento.
Pero el tiempo pasó y Pingüino se dio cuenta de que le faltaba algo. Sentía que debía volver al Polo Sur con los de su especie, formar una familia, y aunque su amigo era muy importante para él, eso debía hacerlo por sí solo. ¿Cuál sería la mejor y más rápida forma de llegar hasta el Polo Sur? Aprendería a ¡VOLAR!

Lo intentó batiendo sus alas. No funcióno.
Lo probó lanzándose desde las alturas. A lo único que aprendió fue a saltar.
¿Qué tal con un globo? ¿Funcionaría? Tampoco hubo suerte.
Decidieron preguntar a los pájaros, nadie sabe más de volar que ellos. No les hicieron ningún caso. ¡Qué poco simpáticos!

Decidieron preguntar a los pájaros, nadie sabe más de volar que ellos. No les hicieron ningún caso. ¡Qué poco simpáticos!
Hasta probó a salir disparado de un cañón. Eso funcionó, pero le enseñó porqué los pingüinos no vuelan. Y es porque no les gusta volar.


Menos mal que su amigo estaba abajo, preparado para frenar su caída.
¡Qué afortunado se sentía de tener un buen amigo! Pero seguía sintiendo que también debía vivir su vida de pingüino. Se despidió y nadó y nadó miles de millas hacia su vida de pingüino, en el Polo Sur.

Los amigos de verdad, son para siempre, por mucha distancia que los separe, siempre vuelven y, entre ellos, todo vuelve a ser como lo había sido. Si el pingüino había nadado miles de millas para llegar a su vida de pingüino, volvía a recorrerlos a la inversa, cada año, para reunirse con su amigo.

Y esta es la historia de como el pingüino y el niño se encontraron, perdieron su amistad y volvieron a reencontrarla, esta vez, para siempre.

Lo más bonito de todo esto, es que la última parte de la historia es verdad. A veces, la ficción supera a la realidad y nos regala historias tan bonitas como la de Joao y el Pingüino DimDim. Joao paseaba por una playa cercana a su hogar, cerca de Río de Janeiro, cuando vio a un pequeño animal en la playa intentando zafarse de un pegote de chapapote. El animal en cuestión, resultó ser un pequeño pingüino al que limpió y estuvo cuidando y alimentando hasta que recuperó fuerzas para nadar los 8.000 km que le separaban de su hogar. El pingüino se marchó pero, cada año, nada de vuelta esa enorme distancia para visitar a su salvador durante una temporada. Si queréis saber más, aquí os dejo el enlace:
No todas las historias de San Valentin tienen que ser de amor Romántico, a los amigos, aunque de distinta forma, también se les quiere.
Y como siempre, os dejo con la Banda Sonora de esta historia:
Notas:
La primera parte de la historia que os cuento arriba es la del libro de Oliver Jeffers ‘Lost and Found’ y el corto animado del mismo nombre basada en ese libro de ‘Studio Aka’. Si tenéis la oportunidad de verla, no os la perdáis. Es un tesoro. La segunda parte (una vez el pingüino vuelve a casa con el niño) está basada en el libro de Oliver Jeffers ‘Up and Down’. Todas las ilustraciones son de Oliver Jeffers y fotogramas del corto que os indico más arriba. El tema es ‘Me and my Shadow’ interpretado por Sinatra y por Sammy Davis Jr.
P.D.: Si os apetece leer otras de nuestras historias de San Valentín os las dejamos a continuación: La Historia de Valentina, porque, ¿Quién dijo que Cupido fuese un chico?, La Carta que Karl Fredriksen de ‘Up’ escribió a su mujer Ellie.